Ya habían
culminado sus respectivas jornadas laborales, pero aún no terminaba su rutina.
Eran las 6.30 de la tarde, y Pedro no veía a su esposa María desde las 8.00 de
la mañana, cuando ambos salieron a trabajar. No ocurría siempre, pero esa tarde al llegar coincidieron en el ascensor del edificio en el que residían. Al verlo, ella lo saludó con
un "hola amor", él alzó la cabeza por un momento para mirarla, trató de sonreír sin disimular su cara de cansancio, y volvió la vista a los correos
que revisaba desde su teléfono móvil.
María pulsó el botón del ascensor con el único dedo libre que le quedaba en su mano derecha: el índice, con el resto sostenía su cartera. Y lo hizo sin quitar la mirada de la revista que llevaba en su mano izquierda, esa que la tenía entretenida
desde la hora del almuerzo. Estaba decidida a terminar de leer el artículo
sobre la "armonía de los objetos en el hogar" antes de llegar a su
casa.
Cuando las
puertas del ascensor se abrieron, ambos pasaron. Ella interrumpió su
lectura para marcar el botón del piso 15. Justo cuando las puertas estaban a
punto de cerrar, algo se los impidió, así que se abrieron nuevamente. Se trataba de
otra pareja, los vecinos del piso 10, también se embarcaron.
Pedro estaba tan metido en su celular que ni los miró. María, por su parte, bajaba de vez en
cuando su revista para observar bien a la pareja, aunque tratando de disimular su curiosidad. Ya había escuchado que eran sordomudos, pero nunca los
había visto tan de cerca, no se había percatado de todos los movimientos que debían
hacer para comunicarse.
Era como un
baile de manos, los gestos eran tan rápidos que hasta la hicieron sentir
cansada por un momento. Sin embargo, su asombro fue mayor que cualquier cansancio, quizá porque eso de mirarse y prestarse atención mientras se comunicaban no le parecía familiar. Cuando el ascensor llegó al piso 10, María esperó que
la pareja se bajara y se cerraran las
puertas otra vez. Luego le dijo a su marido:
- Oye,
¿viste eso?
- ¿Qué cosa? -contesta Pedro-
- María
continúa: los vecinos, siento mucha lástima por ellos, ¡pobres! son sordomudos.
No imagino cómo es tener que convivir así, sin poder emitir sonido alguno, sin hablar
el uno con el otro.
- Pedro le
dice con cara de fastidio: ah, sí. Qué lástima dan… Mira, ya llegamos.
3 comentarios:
jajajaja muy bueno
Bueno...jejejeje
Esto hace pensar sobre muchas cosas, los discapacitados y sus potenciales, la gente que no se da cuenta de lo que tiene y no usa, y en cómo logramos ver los defectos en otros menos en uno mismo. Muy bueno
Publicar un comentario