La última noche




Mientras mi cuerpo se resiste a caer por el acantilado, la efímera historia amorosa que había vivido con ese hombre de nombre impronunciable, el mismo que abrazaba con fuerza mi cuello con sus manos, pasó por mi mente de principio a fin, como si se tratara de un película.

Todo empezó cuando hice mi debut en aquel sitio al que asisten los hombres en busca de la compañía de una bonita mujer que los haga distraer, salir de la rutina; alguien con quién celebrar sus alegrías y penas. Porque Sí, las penas también se festejan en ese lugar. Decidí lucir un vestido brillante, cuya tela era negra como la misma noche, sin exhibir más de lo necesario, pues una mujer como yo, acostumbrada a dejar sin aliento a cualquiera, no necesitaba mostrar de más.

Tampoco intentaba ser el centro de atracción, más bien busqué el lugar más tranquilo en medio de aquella fiesta de colores y luces de neón que me rodeaba, desde el que pudiera observarlo todo. Ya los caballeros habían sido informados de mi presencia, es decir, de "la novedad" de la noche, sin embargo parecían cohibidos. Muchos pasaban de largo, terminaban por escoger a la rubias con expresión de ingenuidad fingida de la esquina. Otros eran despistados por las más maduras, quienes se abalanzaban sobre ellos justo cuando entraban al salón.

Así transcurrieron mis noches durante algunos meses. Fui adoptando cada vez más las posturas, gestos y aromas de las de mi clase; ese aire de diva mezclado con el misterio que está en nuestra naturaleza, capaz de despertar fantasías y deseo. Poco a poco todo se fue acentuando en mí, al tiempo que escuchaba historias del efecto que podía tener en el corazón de un hombre una sola de nuestras caricias. 
            
Fue siempre igual hasta que entró él. Sus facciones caucásicas y ojos verdes cual esmeralda, aunados al porte de seguridad que proyectaba a través de su sonrisa, iluminaron el lugar. Ya estaba acostumbrada a las miradas curiosas de los hombres, pero por primera vez no quería que se tratara solo de curiosidad, deseaba que esa noche me eligiera a mí. 

Mientras él hacía su inspección sobre todas, detallando minuciosamente nuestros cuerpos, yo podía imaginar la humedad y calidez de sus besos. Estaba nerviosa, incluso el aire abandono por un momento mis pulmones. Cerré los ojos, fue entonces cuando sentí cómo sus manos rodearon con delicadeza mi cintura. ¡Era yo la elegida! no podía creerlo. Me iría con él a donde quisiera. 

Preguntó mi nombre, y después de considerarlo con el rostro muy serio, me dijo el suyo con una sonrisa. Pude intuir que era de carácter amable y atento, lo que cualquiera podría confundir con una "buena persona". Mientras ultimaba los detalles para que pudiéramos irnos juntos, yo solo pensaba en que por fin la fortuna había actuado a mi favor, no tenía idea de lo que el destino me tenía preparado esa noche.

Resultó que aquel caballero me había escogido, no para una cita cualquiera, sino para la más crucial de mi vida. Mientras caminábamos hasta su carro, estaba tan emocionada que no me percaté de que su pícara sonrisa había desaparecido, junto con el brillo de sus ojos. Condujo en silencio por la carretera que bordea el mar y se detuvo en un mirador poco iluminado desde el que se veía la costa. Permaneció un largo rato con la vista fija en el paisaje. De repente abrió la puerta y se bajó, yo hice lo mismo.  

Me tomó por los hombros bruscamente y acercó su boca hacia la mía. Así fue nuestro primer beso. Pero no era el beso tibio y húmedo con el que yo fantaseaba, fue más bien áspero y seco. Sus manos se movían toscamente, envolviendo mi cuello cada vez con más fuerza. Fue allí cuando comprendí que no sobreviviría a ese encuentro. Descubrí en ese momento que el juego del amor era un talento que tal vez yo no poseía. 

Luego no pude pensar más, ni emitir sonido, la falta de oxígeno me mareaba, y él parecía no darse cuenta, se limitaba a sacudirme, luego acercaba sus labios. Podía sentir cómo con cada beso se me escapaba la vida. Justo antes de que me lanzara hacia el precipicio, logré contemplar por unos segundos el imponente océano, opaco, profundo y color verde como sus ojos. Lo último que escuché fue el sonido de las olas al impactar contra las rocas. Mi vida había terminado.

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