Quién iba a prever que el amor, ese informal
se dedicara a ellos tan formales.
Mientras almorzaban por primera vez,
ella muy lenta y él no tanto
y hablaban con sospechosa objetividad
de grandes temas en dos volúmenes
su sonrisa, la de ella,
era como un augurio o una fábula.
Su mirada, la de él, tomaba nota
de cómo eran sus ojos, los de ella,
pero sus palabras, las de él,
no se enteraban de esa dulce encuesta.
Como siempre o como casi siempre
la política condujo a la cultura,
así que por la noche concurrieron al teatro
sin tocarse una uña o un ojal,
ni siquiera una hebilla o una manga
y como a la salida hacía bastante frío
y ella no tenía medias
solo sandalias por las que asomaban
unos dedos muy blancos e indefensos,
fue preciso meterse en un boliche.
Y ya que el mozo demoraba tanto
ellos optaron por la confidencia
extra seca y sin hielo por favor.
Cuando llegaron a su casa, la de ella,
ya el frío estaba en sus labios, los de él,
de modo que ella, fábula y augurio,
le dio refugio y café instantáneos.
Una hora apenas de biografía y nostalgias
hasta que al fin sobrevino un silencio
como se sabe en estos casos es bravo
decir algo que realmente no sobre.
Él probó: solo falta que me quede a dormir,
y ella probó: por qué no te quedas,
y él: no me lo digas dos veces,
y ella: bueno por qué no te quedas,
de manera que él se quedó en principio
a besar sin usura sus pies fríos, los de ella,
después ella besó sus labios, los de él,
que a esa altura ya no estaban tan fríos
y sucesivamente así
mientras los grandes temas
dormían el sueño que ellos no durmieron.
(Para quienes al igual que yo le huyen al frío, sin tomar en cuenta que este puede esconder gratas sorpresas, incluso para las almas más formales)
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